donde cada
semana
camina una
procesión,
esa que va por
dentro.
La memoria de
los pasos
buscándose por
la playa.
La piedra donde
tropiezan
y donde
descansan los vivos y los muertos.
Donde la
izquierda vela por su derecha.
Donde el
mediocre siempre gana al talento.
La que baja sus
pantalones
a un turismo que
le impone playa y luz
pero a las doce,
silencio.
Es el martillo
del levante, no obstante
la ahuyenta de
sus fantasmas.
Carne de gato en
los bloques de su alma.
Los barrotes de
la cárcel
de los dos
alcaldes de su libertad.
Es el flamenco
esmoresío
buscando su
trono perdío,
una lunita
cambemba arañando la bahía.
La que receta
carnavales
y nadie le cura
sus males,
la que nunca
verá el AVE
que su tren lo
perdió un día.
El bombo eterno,
el paro eterno,
esa humedad
doblando un cuerpo
que no sabe
dónde va.
Cádiz es la
ciudad de los ojitos desahuciaos
del corazón
prejubilao
de tanto
tragarse su mar.
Este es el
piropo más triste
que yo te haya
escrito en mi vía
pero tú haces el
milagro
de que termine
llorando
por alegrías,
por alegrías, por alegrías.
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