Y es caldito de sombra,
mi licor
caliente, mi negrura espesa,
mi consomé de
luna,
vitamina
oscura de las sobremesas.
Rey de las
mañanitas, princesa de las tardes.
Y aunque una
letra extraña pueda parecer
yo aquí
quiero cantarle y sin pudor le cantaré
a algo tan
simple como un café.
Cafelito que
en mi cuerpo
es trasfusión
de sangre nocturna
como la boca
de un lobo,
volcán que
hierve, carbón y espuma
carbón y
espuma, carbón y espuma.
El vapor que nos
llenó
del sorbo
dulce de cada pena
y el sorbo
amargo de la alegría
y encendió la
campanita negra y caliente
que despertara
nuestra energía
con sabor a
compañía.
Cafelito,
viejo hermano nuestro del calor fragante
en las noches
tensas de los estudiantes
o en los
despertares de una madrugá.
Compañero, de
los tragos cortos y a los besos largos,
¡Cuánto te
debemos!¡Cuánto nos has dao!
Por eso hoy
le canté
al pequeño
café,
ese amigo
cotidiano y familiar ¡pero sagrao!