Dios hizo la marea,
la lluvia y el relente,
Dios hizo la paciencia
para que los hombres
todo lo entendiesen.
Dios hizo el oleaje,
la roca, el cangrejo.
El hombre hizo de espejo
para reflejarse
en el fondo del mar.
Y el hombre que hoy les lanza
coplas en sus aparejos,
tiene tan vivo el recuerdo
de niño cuando dijo “abuelo,
yo quiero pescar”.
El viejo entonces le dijo sonriente,
“Puedo enseñarte a que seas paciente,
todo llega en su momento,
pero estate atento,
no pierdas puntá”.
Le enseñó… a encarnarse,
dar el alma y corazón
en cada uno de sus lances,
a colocar anzuelos,
mirar los cielos, echar anguaje.
Hoy ya creció ese niño,
¡ya no busca en ríos,
hoy pesca en el mar!
Y en el jardín de las aguas benditas,
planta su caña de noche y de día,
el oficio más noble,
va tirando pasodobles, aaaay…
a ver si pican.
Ya no le pide permiso a la historia,
ni a las estrellas que exigen su gloria,
guarda en su memoria
cada decepción, le sirve y resucita.
Y aquí de nuevo ha venido a cantarte,
porque eres su esperanza,
su fe, su templanza,
su sal y su mar.
Mares, tan profundos, tan vulgares,
tan divinos, tan salvajes,
tanto dan y quitan vidas.
Mares de los gaditanos
que cantan sus coplas,
que en escolleras
venden sus derrotas.
Hoy vengo a decirle
a los mares del Falla:
que esta es mi
orilla y no pienso faltar.
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